martes, 11 de diciembre de 2007

Filípicas II

Cómo odias a tu jefe. Ahí en su despacho, gordo alopécico embutido en sus sudorosas camisas de tonos pastel. Repantingado en su silla desengastada por su culo derramado en hemorroides palpitantes. Hablando su engolado catalán con la también obesa jefa de personal. Bonito par de cabrones resabiados. Los estrangularías con gusto. Pero el jefe es demasiado grande para tí, te apalizaría y sodomizaría susurrándote desdén catalán en tu oido charnego y te echaría sin derecho a paro. La gorda de personal también. Estás jodido de verdad. Trabajas de telefonista para una oenegé más corrupta que una república bananera. Vendes sueños de un mundo mejor a precios desorbitados a mayor beneficio de las cuentas suizas de sus verborreicos dirigentes. Te importa poco si los donativos conseguidos con la demagogia que vomitas cada día ayudan a un negro palúdico o a la querida del armador del rainbow warrior. Lo único que quieres es el magro salario a fin de mes, para poder entregárselo íntegramente en mano al vampiro insaciable que tienes por casero.
Tu inmediato superior es un cerdo que te somete a acoso laboral porque no folla y está resentido y la paga contigo. No folla porque es feo y un reventado. No folla porque realmente cree en el trabajo que haceis en aquella centralita maloliente y mentirosa. Es un ser detestable, incluso más que tu, y como no folla te hace la vida imposible. Te gustaría abofetear su inenarrable rostro despectivo pero también te echarían así que tragas mierda estoico e imperturbable.

Te cagas.
Te lo haces encima desde que saliste de casa a las ocho de la mañana. Y va a ser mediodía. A las ocho no era ni preocupante, apenas una ligera presión en la zona del bajo vientre. Te encaminaste al trabajo sin más tribulaciones que una elección acertada de la canción con que empezar el día. Mp3 en marcha, legañas fuera y al tajo. Una sorprendente euforia te energizaba; la abulia que te consume parecía haberse desvanecido. WELCOME TO THE JUNGLE, a tope, nano.
El traqueteo del tren no te adormece como de costumbre, todo lo contrario. Especialmente agitado eso que hace un rato presionaba con timidez. Ya da pataditas. Pero te tranquiliza el control que proverbialmente ejerces sobre tu esfínter y te olvidas.
EL GRAN ERROR: Echas un pitillo durante el breve paseo entre la estación y la oficina. Se te ve hecho un papis, caminas altivo seguro de tí. Al viento la espesa barba de profeta que te enorgullece y te hace muy hombre; cigarrillo en la comisura, chulo y hasta menos calvo. Te follarías mucho, campeón. El paseíto agrava la conmoción de tus tripas y la nicotina te abre de piernas. Un ser marrón enloquecido se abre paso en pos de tus calzoncillos. Te alarma la rauda gestación de la criatura: poco antes aquello no estaba dentro de ti y ahora desespera por escapar. No obstante, confías en dominar tu ojete, siempre ha sido un culo obediente, no será esta la ocasión en que te traicione.
Las llamadas telefónicas ocuparán toda tu atención, ni te vas a acordar de que te giñas. Además, si te entran las correprisas, en la oficina hay un retrete bastante limpio. Y con revistas de Greenpeace. Pero la criatura sigue ahí, fermentando; trepa por el intestino y busca arriba lo que le niegas abajo. Te satura la mierda, pronto rebosarás. Te recorren escalofríos que perlan de sudor helado tu rostro descompuesto. Estás muy podrido. Verdoso.
La bestia inclemente aventura el hocico fuera de su cabullera, sientes su cabecita humeante hozar en la tela cuadriculada de tus gayumbos. Corres al retrete.
AVERIADO.
Te estremeces atravesado por un rayo de terror y tu ojete eyacula sin piedad. Te retuerces agarrado al pomo bloqueado de la puerta más cruel mientras la mierda infla los pantalones y chorrea camal abajo. En su escalada por tu organismo la caca ingente ha inundado tu cráneo y no eres capaz de pensar solución al desastre; tu diminuto cerebro ha sido sustituido por media tonelada de heces caldosas y te estás cagando sobre el suelo de la centralita. Tus compañeros venden moral telefónica y tu sueltas un gigantesco chorro de bosta y la de personal sugiere que os largueis a casa, tu y tu puta diarrea.

Chuck es un cachondo, no tiene nombre ni apellidos, lo llaman así porque es un fanático de Chuck Norris, de sus películas y de sus coces. Chuck cree que es italiano, ni él lo sabe, tu crees que es más bien albanokosovar o rumano y habla un castellano peculiar como de napolitano putero pero a lo eslavo. También hace llamadas telefónicas, aunque solamente sobre el papel de su contrato; en realidad pasa la mañana visitando webs de artes marciales y de bestialismo y partiéndose de risa. Nadie le recrimina la supuesta falta de profesionalidad, Chuck les da miedo no entiendes porqué, tu le admiras: ahí tirado sobre la silla ergonómica partido el culo una página de zoofilia tras otra, regocijándose entre videos online de patadas voladoras; la barba tan levítica como la tuya o más, los ojos de iluminado rabioso, la camiseta imperio y el horrísono chandal, las cadenas de oro al cuello. Chuck es un hipster aunque no le vayan las drogas, está tan pasado de rosca que no necesita viajarse. Su existencia es el mayor de los trips y lo envidias.
Chuck tiene veinte años, su mujer veinticinco más. Ella tiene una hija de la edad de Chuck con esquizofrenia y síndrome de Touré, está tan jodida que no se la puede dejar sola porque un día se comió hasta el calgonit, así que vive con ellos y Chuck se la folla de vez en cuando para que se relaje y no cometa imprudencias. Y a su mujer le gusta mirar mientras devora una tortilla de cuatro huevos y marihuana; la marihuana no le sienta nada bien y muchas veces se la tiene que llevar su hija al ambulatorio perdida en alucinaciones delirantes. Cuando esto sucede Chuck se queda en casa, dice que no es responsabilidad suya si una mujer hecha y derecha de cuarentaycinco años se malviaja. O se va a entrenar, es luchador de Taekwondo recibe unas palizas escalofriantes porque es muy pequeño y cabezón, si Chuck fuese gamba habría que tirarlo.
A Chuck le corroen profundas inquietudes intelectuales, se ve a sí mismo como un futurista desclasado no heredero de Marinetti sino Marinetti es ÉL invertido en un bucle espaciotemporal y tan alienado por el shock finisecular que sus afirmaciones rozan la coherencia. Chuck es un apologeta ardoroso de las postreras ideas de James D. Watson, premio nobel de medicina por descubrir el ADN: LOS BLANCOS SON MÁS LISTOS QUE LOS NEGROS y el aborto no sólo debe ser legal sino también recomendable para los casos en los que las pruebas preparto determinen que la criatura saldrá homosexual.
Chuck es odiado por la muchedumbre de maricones que trabajan con vosotros y muy temido por los demás, tu ves en él un sabio con los cojones para decir y hacer siempre lo que le sale de los mismos y te mola mucho ir por ahí con él sintiéndote beatnik porque él lo es y mucho, y tú jamás lo serás realmente. Porque eres un mediocre como todos menos Chuck. Chuck canta fascietta nera y reclama el regreso de las Brigadas Rojas. Chuck es un héroe homérico ajeno a un tiempo asesino de la lírica.